Por Francisco Javier Flórez Bolívar *
La primera semana del mes de septiembre del año en curso un pequeño grupo de hombres y mujeres de pieles, manos y rostros marcados por el constante laboreo del campo irrumpieron en las redes sociales. Desde las montañas de María, las mismas que el legendario compositor Adolfo Pacheco inmortalizara en sus canciones, varios campesinos anunciaron el absurdo destino al que quedaría condenado su cultivo y el de sus pares si el Estado colombiano no los escuchaba. Con la voz cantarina propia de los nacidos en la provincia, le hicieron saber al país que buena parte de las cuatro mil hectáreas de ñame que habían cultivado este año estaban a punto de perderse por no cumplir con la calidad para ser exportados. Reclamaron del Gobierno nacional que, como se lo habían prometido cuatro meses atrás, los ayudara a comercializar la superproducción de ñame y con ello evitar cuantiosas pérdidas económicas.
Varios medios locales y nacionales, ante la presencia de tan inusuales voces y rostros en Youtube, se concentraron en la estrategia utilizada por los campesinos para visibilizar parte de su preocupante problemática. En poco tiempo la noticia se convirtió en tendencia y los campesinos pasaron a ser los youtubers de los Montes de María. Los medios también hicieron un amplio cubrimiento del llamado Ñametón, una estrategia liderada por el gobernador del Departamento de Bolívar, Dumek Turbay, para aliviar el drama de las familias campesinas. El mandatario, que ya conocía la problemática denunciada y había servido de puente entre los campesinos y el Ministerio de Agricultura en busca de una solución, convocó a los habitantes de Cartagena para que se dieran cita en el Parque Espíritu del Manglar y compraran ñame montemarianoo consumieran comida hecha con base en el citado tubérculo.
El cubrimiento realizado por los medios, tanto del video como del Ñametón, fue útil en la medida en que volvió a poner en la agenda de discusión los problemas que vienen experimentando los hombres y mujeres que dedican su vida al campo. Igualmente, movilizó a miles de ciudadanos cartageneros que, dando muestra de los vínculos familiares, los lazos de amistad y niveles de solidaridad que aún persisten entre algunas de las gentes del campo y la ciudad, consumieron y compraron ñame en cantidades que representaron algunos ingresos para las familias campesinas. Sin embargo, poco análisis hicieron los medios sobre los términos utilizados por los campesinos a la hora de reclamar el apoyo del Estado colombiano. Con la misma rapidez con la que pusieron entre comillas varias frases (“fueron muy pocos los productores cuyos ñames fueron seleccionados para ser vendidos como tipo exportación” o “nosotros en este momento no tenemos unas buenas prácticas agrícolas”), se apresuraron a dejar de lado el contexto más amplio en el cual se insertan esos términos y, en general, la desesperada acción de los cultivadores de Los Montes de María.
Los términos utilizados por los campesinos, puestos en contexto, hubiesen permitido reflexionar sobre el lugar marginal al que han quedado relegados estos actores en las políticas públicas diseñadas por los recientes gobiernos colombianos. La apertura económica inaugurada por César Gaviria Trujillo a inicios de la década del 90, por ejemplo, acabó con el cultivo de algodón y dejó herido de muerte al sector arrocero. Los Tratados de Libre Comercio, firmados durante los mandatos de Álvaro Uribe, pusieron contra las cuerdas a otros sectores del agro. La política de Agro Ingreso Seguro, como lo mostraron varios medios en su momento, terminó siendo utilizada para favorecer a aliados políticos y no para paliar los efectos que los mencionados tratados iban a tener sobre las masas campesinas pobres.
Lo expresado por los campesinos también hubiese servido para analizar los perversos efectos que puede tener la reorganización del campo colombiano a partir de las Zonas de Interés de Desarrollo Rural Económico y Social (ZIDRES) aprobadas por el presidente Juan Manuel Santos. Las ZIDRES, pensadas para explotar el campo a través del cultivo extensivo de productos agrícolas destinado a la exportación, supuestamente buscan establecer puntos de encuentro entre industriales y campesinos. Eso precisamente fue lo que no ocurrió entre los campesinos montemarianos y los empresarios que exportarían el ñame producido. Una vez los últimos establecieron que gran parte de la producción no reunía las condiciones para ser exportados, los primeros fueron abandonados a su suerte. “El ñame de nosotros no cumplió con los requisitos que exigían estos compradores” y “desde entonces no nos han prestado atención”, afirmó uno los voceros de los campesinos.
Lo vivido por los campesinos de las montañas de María era una buena oportunidad para insistir en la necesidad de lograr una adecuada implementación de la Reforma Rural Agraria contemplada en los acuerdos que el gobierno colombiano firmó con las FARC. La citada reforma, que aspira a dignificar el trabajo y la vida de los campesinos, puede funcionar como carta de salvación para el agro colombiano. Su intención de lograr una reforma agraria integral parece tener la orientación que históricamente han reclamado los campesinos colombianos.
La defensa de esta carta de salvación, sin embargo, va a requerir de algo más que un hashtag para volver tendencia una noticia, o de una selfie deleitando un rico mote de queso. De manera particular supone vencer la histórica oposición que algunos políticos, terratenientes y ‘empresarios’ del campo han expresado cada vez que se han intentado implementar reformas agrarias en el país. Por ejemplo, la liderada por Alfonso López Pumarejo en 1936, que declaró la función social de la tierra, fue totalmente desdibujada mediante la Ley 100 de 1944. Las que se hicieron en la segunda mitad del siglo XX, sobre todo la reglamentada en la Ley 1a de 1968 que buscaba facilitar el acceso de parceleros y campesinos a la tierra, fue desnaturalizada a través del infame Pacto de Chicoral (Tolima) que firmaron políticos (liberales, conservadores) y latifundistas durante el mandato de Misael Pastrana Borrero (1972). Implica, también, tener en cuenta que quienes se han opuesto a la reorganización del campo colombiano, cuando las leyes no han sido suficientes, han liderado o financiado contrarreformas agrarias que a sangre y fuego han condenado a los sin tierras a la muerte o el desarraigo.
Los medios, como se deduce del cubrimiento que hicieron de los justos reclamos de los campesinos de Los Montes de María, no solo deben fijarse en las formas sino también deben preocuparse por el fondo. En esta oportunidad, una aguda mirada al contexto histórico les hubiese permitido cubrir adecuadamente las preocupaciones de un sector social que lo único que desea es hacer parir la tierra en condiciones dignas, y no figurar en las redes sociales como improvisados y exóticos youtubers.
* Historiador de la Universidad de Cartagena, con Maestría en Historia, Graduate Certicate in Latin American Studies y PH. D en Historia de la Universidad de Pittsburgh.
Aida Luz Arrieta
Una mirada mas alla del ñameton.