Bouvard y Pecuchet son héroes de una obra de Flaubert que tiene por título el nombre sus personajes. Borges dedica un ensayo a una dudosa vindicación de los protagonistas, pero no duda en señalarlos como ‘fantoches’, lo cual no constituye abuso con los hijos del ingenio de Flaubert pues este se queja también de las condiciones intelectuales de aquel par, narrando que les hace leer una biblioteca completa para que no la entiendan. Suele suceder no solo en la literatura sino en la realidad.
He sabido, también por Borges, que los personajes maltratados por su creador son redimidos súbitamente en el capítulo 8 de la obra con esta frase magnánima: “Entonces una facultad lamentable surgió en su espíritu, la de ver la estupidez y no poder, ya, tolerarla”.
Recuerdo estos pasajes pues creo que sería apropiado que algo similar ocurriera con el espíritu de los ciudadanos de estas tierras, aclarando, obviamente, que no me refiero a una condición de idiotez que pocos padecen en nuestro medio ya que solemos ser muy avispados; hablo de la facultad de descubrir la injusticia que a menudo escapa de nuestro entendimiento. Qué bueno que mis paisanos y este servidor, contáramos con el don de reconocer la iniquidad y no poder soportarla más, pero parece que nos acostumbramos a ella.
Cometo esta audacia ya que son demasiados los casos que pueblan la vorágine que es la Administración Pública aquí: activos vendidos a precio de huevo que después resultan ser un espléndido negocio en manos de particulares, empréstitos para hacer obras que nunca se terminan o finalizan con mala calidad, controles que no se ejercen a cambio de coimas que son causa eficiente de tragedias como la que lamentamos con más de 20 muertos en la caída del edificio de Blas de Lezo. En fin, una azarosa historia de saqueos.
En los últimos días un nuevo episodio se suma a este relicario de infamias. Sorprendentemente, la Contraloría Distrital, que tiene de todo menos credibilidad, denunció que la concesión vial del corredor de carga logró recuperar su inversión desde enero de este año. Pero solo lo vinimos a saber seis meses después. Mucho carro y tractomula ha pasado por los peajes desde entonces. Eso bastaría para que nos bañáramos en cenizas y rasgáramos vestiduras al estilo hebreo, clamando justicia, como se hace por otras tonterías. Pero parece que nada grave ocurrió pues la reacción cívica es precaria.
Suelo ser benévolo con mis paisanos y entiendo que son demasiados problemas que deben sortear, para venir a reclamarles reacción ante este nuevo entuerto. Esperemos que sea eso.
Entre tanto la concesión se defiende señalando que algo huele mal en el proceder de los auditores de la Contraloría pues no entienden por qué mantuvieron escondido el informe por seis meses. De acuerdo, pero lo grave es lo denunciado aunque de modo tardío. De eso dicen poco.
El dilema debe motivar un control excepcional de la Contraloría General pues dudo que Alcaldía o Edurbe interventor tengan capacidad de ofrecer claridades.
* Abogado especialista en Derecho Administrativo y candidato a Maestría en Derecho con énfasis en Derecho Público.