Por Juan Carlos Gossaín Rognini *
Por varios días intenté infructuosamente en las redes sociales que la gente me diera una explicación desapasionada de cuáles podían ser las razones de peso para atacar con tanta inquina la marcha que se celebra hoy 1 de abril en varias ciudades de Colombia.
Como he dicho, mi intento no resultó. Las pasiones y los ánimos saltaron de inmediato con argumentos descalificadores tanto para convocantes como para marchantes. La opinión más generalizada de los opositores a esta iniciativa fue la de atribuirle carencia de autoridad moral a algunos de los organizadores más visibles y en segundo orden la falta de legitimidad.
No fue posible, sin embargo, que me respondieran en qué lugares y que clase de personas son los que otorgan en Colombia las franquicias de autoridad moral y legitimidad para disponer con tanta propiedad de ellas. Debo decir que desde la otra orilla, es decir la de los marchantes, también han señalado al gobierno que cuestionan de falta de autoridad moral y carencia de legitimidad.
Nadie se atrevió, eso sí, a refutar mi posición de que cualquier persona tiene derecho a marchar o protestar cuando así lo considere, tal como lo consagra la misma Constitución Política de Colombia. La gran mayoría insistieron exclusivamente en él condicionante de su posición: «pero es que los organizadores no tienen autoridad moral».
El asunto podría quedar saldado en este punto si después de la afirmación todo quedara en el entrecruce de dos formas distintas de ver un acontecimiento. Lamentablemente ello no ha sido así.
Épitetos, exclamaciones furiosas, disertaciones patrióticas y antipatrióticas, abominaciones, diatribas con alta carga estiercolera y, en tono más delicado, insultos camuflados, son muestras de la apabullante declaración de guerra que han desatado quienes abogan, desde el marco conceptual de sus principios, por la paz. No se me ocurre ningún otro escenario donde podríamos encontrar un nivel de contradicción superior.
Llevo tiempo tratando de entender este nivel de polarización que tiene peligrosas similitudes con el odio y la intolerancia extrema, factores por demás embrionarios de los más trágicos episodios en la historia de la humanidad. Confieso que sigo sin asimilar el porqué de tanta gente molesta con unas personas que decidieron salir a marchar.
¿Desde cuándo en este país se volvió un requisito que las personas tengan que darles explicaciones a sus contrarios de los motivos y razones que los aglutinan?; ¿con qué patente millones de ciudadanos se proclamaron jueces de otros tantos millones de ciudadanos, sin el tránsito judicial correspondiente? Y lo vuelvo a preguntar: ¿quién decreta en Colombia la legitimidad y la autoridad moral?
Donde no se respeta el derecho que otros tienen a expresarse, aún equivocadamente, no existe democracia. No le busquen excepciones.
Bien interesante resultaría para cualquier observador internacional de algún instituto en defensa de la democracia y los derechos humanos, analizar el comportamiento feroz, casi de jungla primitiva, que exhiben los adalides democráticos que pisotean bajo sesgos ideológicos el derecho a una marcha. Una democracia proclamada por quienes más la insultan.
Por fortuna, aunque no debería tener que esgrimirlo, me he ganado el ‘derecho’ a no ser etiquetado como uribista ni como santista. Tanto al expresidente como al actual mandatario, con quienes he tenido numerosas oportunidades de compartir, les he reconocido aciertos y les he señalado públicamente sus equivocaciones. No milito ni en sus partidos ni en sus sectas.
Con ello, por supuesto no adquiero, de modo alguno una mejor condición. Por el contrario: las embestidas de intolerancia que provienen de la izquierda o de la derecha, de los gobiernistas y de los opositores, de los pacifistas y de los guerreristas, de los legitimados y con autoridad moral, me hacen sentir cada día como la aplastada rodaja de jamón de sándwich que inexorablemente será consumida en las fauces del fanatismo de cualquier bando.
La intolerancia en todas sus facetas es una de las principales afectaciones para que la especie humana pueda seguir evolucionando. Es claro que quien tiene el intelecto ocupado en sus propias ideas no tiene tiempo para destrozar ideas ajenas. De este postulado se desprende el concepto estructuralista del pensamiento que en Europa y Norteamérica lleva años aplicándose. Por eso la gente allá no se mata antes o después de unas elecciones o antes y después de un partido de futbol.
Quiero seguir insistiendo aún con el riesgo de la estigmatización, que absolutamente nada puede oponerse a que la gente marche, ni encontrar cortapisas a lo que otro piensa y asume como válido.
Las personas están en libertad de expresarse y es también en el registro de la ley donde se justifica que quien quiera salga a mostrar su inconformidad. El único delito de una marcha lo cometen los que la impiden, los que manipulan o distorsionan su expresión colectiva.
Asimismo, en el sabio espíritu de la ley se encuentra el equilibrio de los derechos. Si alguien marcha un día, los que piensan distinto pueden marchar otro día. No he visto hasta ahora el primer mensaje de alguien manifestando que los ataques e improperios, o los señalamientos en contra de la marcha y sus convocantes, le hayan hecho cambiar de parecer.
Si es tan simple la aceptación de que nadie va a renunciar a lo que ya ha asumido como una defensa de sus intereses, ¿para qué entonces absorver bocanadas de veneno que luego habrán de transformarse en insultos? Eso es lo que menos he logrado asimilar: el animo eruptivo de expresarse con iracundia.
Cognitiva y fisiológicamente la ira o la rabia se entienden como la decisión consciente de tomar acción para detener el comportamiento amenazante de otro. ¡Por Dios!, ¿qué amenaza intrínseca hay en una marcha que habrá de acabarse pocas horas después de su inicio? Definitivamente no lo entiendo.
Hoy mucha gente estará en la calle con razones propias, queriendo que otros se enteren que -acertadamente o no – tienen una posición. Muchos más participarán identificados con un liderazgo político.
Con respecto a la autoridad moral y la legitimidad, cada quien la asume desde su propia condición. La inmoralidad o la ilegitimidad de una persona no se trasmite contagiosamente, supérenlo. De lo contrario, el país seguirá divido entre buenos y malos, los honestos y los deshonestos, los inmorales y los impolutos. Así, estimados lectores, ni paz ni país.
Déjenme decirlo una vez más: el que quiera marchar que vaya y punto. Los que no van a marchar, simplemente no se den mala vida. En unas horas estaremos juntos en el mismo país. Tolerancia y respeto mutuos, por favor. Abandonen por un largo rato las ganas de odiar; busquen oficio.
En mi caso personal, llevo días pensando si debo salir o no a marchar. He sido claro al decir en diversos corrillos que no me gusta el mal precedente que en la juridicidad colombiana dejó esa entelequia llamada ‘Fast track’. También le he encontrado reparos a los mecanismos, modos y tiempos de la justicia transicional. Pero, por otro lado, consiento en la necesidad de un cese definitivo al largo conflicto armado que hemos vivido, de una apertura política a la insurgencia y en el devenir inaplazable a las formas de un nuevo país.
Cuando haya tomado la decisión, solo mi mujer y mis hijos tendrán derecho a saberlo. A nadie más debo explicárselo, aunque muchos se sientan con el falso derecho a cuestionármelo.
* Exgobernador de Bolívar, fundador de la firma de consultoría pública ‘Diálogos Urbanos’ y candidato a Magister en Desarrollo y Cultura.
Otras columnas del mismo autor:
JORGE CRUZ
bueno el comenntario de señor exhobernador.
Yadira Caballero
Mucha madurez, inteligencia y buen sentido mi admirado Juan Carlos…Colombia necesita gente como tu, sin odios, sin fanatismos, con la mente puesta en la Ley, en el bien del país , en la verdadera democracia…..me siento muy orgullosa de cartageneros como tu….Dios te bendiga Juanca.
Luz Elena
Magnifico, excelente, total y absolutamente de acuerdo. El odio y el fanatismo solo generan violencia y no permiten la tolerancia q conlleva a la aceptacion y respeto por los que piensan diferente, señor,
necesitamos nuevamente su buen gobierno
Ivan Caranton
Le agradezco por contribuir a la Paz mediante los trazos de sus escritos llenos de coherencia y empatia hacia nuestros semejantes.
I Rios
Sí, odio e intolerancia por políticos mentirosos y sus engaños, que llevan a o más grave: corrupción.
Alejandro Lozano Cuello
Pienso q es solo Un Payasito queriendo engañar a sus futuros votantes, para salir a aspirar a la Alcsldis de Cartagena y prolongar la Cultuta de los Dinosaurios Corruptos. Creo q nos tiene credibilidad hay q mirar su pasado para poder ver mejor el Futuro como lider