Por Juan Carlos Gossaín Rognini *
Todas las columnas escritas hasta ahora describen en tono de peligro al nuevo presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, para los que no tenemos fundamentalismo ideológico, nada nuevo se asoma bajo el sol. El entonces candidato republicano apeló a la conciencia histórica de Norteamérica y escarbó no solo en sus temores, sino también en sus convicciones. Sin matices, sin concertaciones hacia el centro o la izquierda, se fue directo hacia la columna vertebral del sistema norteamericano, un retorno al más puro capitalismo.
El capitalismo no es salvaje, ni tierno. Su doctrina simplemente se fundamenta en dos pilares: la seguridad y el lucro económico individual. Eso fue lo que prometió a los electores norteamericanos Donald Trump. Y ganó quien mejor los representa.
Contrario a lo que muchos han argumentado, los norteamericanos no se dejaron engañar ni mucho menos se han quitado ningún disfraz; siempre han sido lo que son y ninguna razón hay para descalificarlos. Ellos construyeron, antes que otros quisieran decirles cómo hacerlo, un modelo que los identifica, que no es mejor ni peor que el de otro país.
En cambio, la lección sí quedó dolorosa y suficientemente clara para el resto del mundo. En un país pragmático, las minorías no ganan elecciones. Por simple lógica elemental son las mayorías las que ganan, y en el país de los gringos los gringos son mayoría. ¿Esto qué quiere decir?, que si bien en América latina los negros, las mujeres y los cristianos, por solo señalar algunos segmentos poblacionales, ponen sus intereses grupales por encima de los del resto de sus compatriotas, en Estados Unidos los negros, las mujeres y los cristianos -insisto en que solo por señalar algunos actores sociales – antes que todo son norteamericanos y se rigen por los pilares fundamentales de su nación.
Esa es la razón por la que no entendimos que un considerable porcentaje de los afroamericanos, que fueron desconocidos durante la campaña, de las mujeres, que fueron atacadas durante la campaña, y de los latinos, que fueron estigmatizados durante la campaña, a la postre prefirieran tener de presidente a quien los une como país. Con absoluto pragmatismo, ellos entienden que un debate electoral no es para escoger a la mejor persona sino al más capacitado para el momento que la sociedad vive.
Los analistas de Univisión y CNN en español, más apasionados que expertos, aún pese a la evidencia del resultado, continúan intentado contextualizar la aparente debacle electoral de la población latina en La Florida y otros estados. Al igual que todos los que asumieron que la comunidad latina apoyaría unánimemente a Hillary Clinton, no entendieron que antes había unas cuantas cuentas de cobro pendientes que había que pasarle a la candidata, a su partido y al presidente Obama. A este último, en particular, su actitud errática con Maduro y los Castro.
Si la reciente medida de extinción de la ‘Ley de Pies Mojados’, por la cual cualquier cubano que ilegalmente pisara suelo estadounidense era acogido como refugiado político, hubiese sido expedida una semana antes del debate, no lo duden un solo instante: una abrumadora mayoría latina habría definido la elección a favor de Clinton.
No se extrañen ni se equivoquen: son los cubanos de Miami quienes más han salido a aplaudir la decisión que bloquea la llegada de nuevos indocumentados de su país de origen, aunque los noticieros de América Latina sigan lamentando la difícil situación de los inmigrantes.
Igual ocurrió también con los chicanos de Texas y California; ellos quieren ser gringos, y aunque conservan ciertas costumbres, hace mucho dejaron de sentirse mexicanos. Los ‘mojados’ -muchos cuando llegaron lo fueron – representan una amenaza a sus puestos de trabajo y una aguda reacción social en su contra.
Los puertorriqueños, en su condición de Estado asociado, no tienen derecho al voto. Y la verdad tampoco es que les importe mucho; una cantidad cada vez más grande se complace con el subsidio de desempleo. Los que han obtenido posición social y económica, del mismo modo que los cubanos viejos, son todos republicanos. Es el fenómeno del colono colonizante.
El resto de hispanohablantes le atribuyeron a Hillary y a su partido una excesiva tolerancia con la izquierda perseguidora de empresarios en sus respectivos países, mientras que con Trump veían la posibilidad de aislar y tumbar los regímenes represivos.
Finalmente, aunque no guste ni sea correcto decirlo, un porcentaje no ponderado de latinos blancos nunca gustaron de Obama por ser negro. En conclusión, el voto hispano fue de Trump.
Volviendo al día presente, muy lejos del Apocalipsis es seguro que el mundo habrá de cambiar. No será mejor ni peor; simplemente, como ha ocurrido a lo largo de los tiempos, un orden diferente empieza a regir y, por supuesto, no será el último de los sucesos que tendremos que presenciar del viraje calculadamente programado que los nuevos líderes mundiales han establecido en su agenda.
Ya está dicho: el primer aliado de Trump será Vladimir Putin, otro hombre de imperio tan pragmático como él. Juntos comparten la misma visión del mundo: enfrentar a China. Juntos tendrán que resolver también el desgaste económico y el debilitamiento militar que ha representado sostener a la OTAN.
Con Trump en el poder se fortalece la derecha europea, particularmente Francia y Alemania, fastidiados hasta el cogote de la tolerada migración de los gobiernos socialistas. Sin planearlo, le ha dado un nuevo aire al nacionalismo financiero en detrimento de la cada vez más resquebrajada Unión Europea. El resto del viejo continente y Africa volverán a ser una comparsa en la agenda norteamericana; mucho protocolo, saludos diplomáticos y cumbres de ocasión. Medio Oriente, entre tanto, tendrá un reparto equilibrado para las superpotencias, es decir, de lo que les toque compartirán problemas y beneficios.
¿Y América Latina?, que se defienda como pueda. No habrá dinero para seguridad y lucha contra el narcotrafico, obviamente mientras no se convierta en una amenaza contra la propia seguridad de los Estados Unidos. Ni en el gabinete presidencial ni en su círculo más cercano de colaboradores el presidente ha incluido el nombre de latinos influyentes que hagan pensar lo contrario.
Más aun, me arriesgo a señalar el desmonte gradual de la guerra contra las drogas en el exterior, y una menor persecución al lavado de activos hacia el país del norte, como iniciativas aunque no anunciadas, con una prevalencia futura en el manejo administrativo del gobierno. Trump es empresario antes que funcionario y sabe que el capital no es cuestión de moral sino de negocios.
No veo al presidente republicano intentando emular a su copartidario Ronald Reagan, convirtiéndose en el sheriff del mundo occidental. El terrorismo internacional será un problema de cada cual; «que lo resuelvan como puedan mientras no se metan con nosotros» es posible que escuchemos decir desde la Casa Blanca.
Trump representa, en síntesis, el fin de los gobiernos ideológicos. Este es el final verdadero del siglo XX. Es el comienzo de los gobiernos postmodernos, sin ideologías políticas, sin filosofía de principios, y con una nueva ética más pragmática y circunstancial: «hagamos negocios y déjennos en paz».
Es cierto: Trump es un presidente con desprecio por las minorías, que desecha la estructura institucionalizada de los derechos sociales, que no tiene nada en común ni con Hollywood ni con el Papa Francisco, ni con los cantantes ni los periodistas. Y también es cierto que Trump acoge la lógica de la clase media aspiraciónal, su seguridad y sus intereses. Pero Trump no es un monstruo, y si lo fuera, es la creación de esta humanidad digital carente de alma y espíritu que solo aplaude y venera a quien le brinda seguridad, prosperidad individual y unas alicoradas dosis de espectáculo.
He ahí entonces la nueva simplecracia del siglo XXI. Acabados los Ismos: socialismo, comunismo, fascismo y liberalismo, solo quedan Putin, Trump y la economía china. Se acabó el romántico estado de la libertad donde se predicaba la igualdad, la fraternidad y la solidaridad.
* Exgobernador de Bolívar, fundador de la firma de consultoría pública ‘Diálogos Urbanos’ y candidato a Magister en Desarrollo y Cultura.
HUGO VERGARA DE LEON
JUAN CARLOS….. Aunque la verdad sea dura, muchos no la compartan y no estén de acuerdo..… Tu escrito más claro para donde…. Haciendo alusión a una de la propuestas de Trum a quien han catalogado como “Capitalista Salvaje”… y su máxima que pretende eliminar totalmente al Estado de su tarea de contralor, regulador, para adueñarse, a placer, del mercado, y esto para muchos por no decir todos los economistas ortodoxos es la que está generando cada vez más pobreza en el mundo…. En esta nueva era prevalecerá el bien individual que el general… Y quien en forma individual – Guardando los principios de honradez y principios morales, sin atropellar a sus semejantes – no querría favorecerse el y su núcleo mas cercano..