Por Carlos Cataño Iguarán *
Nacho Urbina nació sentenciado a crear o celebrar la poesía. En realidad a esa suerte ineludible parecen estar destinado gran parte de los habitantes de San Juan del Cesar, un santuario de músicos, compositores y literatos de tono superior, que acosan la vida a punta de melodías y versos. Cuando apareció en 1965, ya Alicio Amaya, Isaac Carrillo, Máximo Mobil, Hernando Marín, Sergio Moya Molina y Roberto Calderón, habían cultivado con tal acierto la palabra, que acaparaban los éxitos musicales de la época.
Nacho, hijo de un ingenioso repentista y ordenador de versos, asimiló fácil la rutina común entre los provincianos de la Guajira, narrar a través de escritos y cantos. Sin embargo, la factura impecable de los compositores consagrados le obligó a explorar formas diferentes de expresión. A los 11 años, alertó con un grito de rebeldía: ganó el festival de compositores de San Juan con una creación simple, pero que advertía la genialidad del novel autor. A los 16 años ensayaba la lírica con reflexiones existenciales: “no se en que nube se me fue mi sueño, no sé en qué parte del tiempo se me perdió”. Estas finas y moldeadas palabras hacen parte de la primera canción que le grabaron Elías Rosado, en la voz, y Ramón Vargas en el acordeón.
Pero en el seno familiar las pretensiones poéticas de nacho no tenían aceptación, tal vez porque por esas calendas, en San Juan, la vida de músicos y compositores estaba asociada a la bohemia, la inestabilidad económica y el descrédito social. Quienes manifestaban interés por las creaciones de Nacho, recibían la contrariedad de Marina Joiro, su madre, quien pretendía para el menor de los hermanos un futuro más estable por los lados de la academia. Pero la condena estaba cumplida, a escondidas, Nacho era protagonista de los más encendidos retos poéticos en el colegio El Carmelo, un templo de la música, donde también cursaban estudios secundarios los hermanos, Amilcar, Efren y Roberto Calderón, Luís Aniceto Egurrola, Alexander Oñate, Juancho Rois y Rodrigo Celedón, entre otros; todos reconocidos artistas que -a través de la composición, el canto o la ejecución del acordeón- escribieron y siguen escribiendo memorables páginas en el gran libro del mundo vallenato.
Ilusionado con los estudios de medicina y un espacio libre para crear sin las presiones familiares, Nacho marchó a Bogotá. Es en la capital donde afloran sus cantos más sentidos; los títulos son por si solos una exaltación al sentimiento: “Esta voz es para siempre”, “Aquí están tus canciones”, “Me enredé en tus besos”, “La suerte está echada”, “Paginas de oro”,”La última palabra”, “A un cariño del alma”. Por la época, los conjuntos vallenatos más exitosos grababan en Bogotá, esta proximidad favoreció sus aspiraciones artísticas, porque se acreditó entre los grandes artistas, al tiempo que se adentraba en la complejidad de la medicina en el Colegio Nuestra Señora del Rosario. Los hermanos Zuleta, Jorge Oñate, El Binomio de Oro, Los Betos, Iván Villazon, Otto Serge y Diomedes Díaz, a quien considera su más fiel intérprete, grabaron sus canciones.
Nacho conquistó un espacio con un canto libre, aunque en su obra asoman rasgos de Gustavo Gutiérrez y “Nando” Marín, artistas afamados y consentidos por la exquisitez de sus cantos. Este último le advirtió alguna vez que sus creaciones le resultaban retóricas, y recargadas de figuras rítmicas y melódicas de difícil interpretación. La advertencia no pasó de un detalle anecdótico, pues años después Marín le reconoció méritos genuinos a la misma obra que cuestionó. Los temas de Nacho Urbina ganan festivales y alcanzan millonarias ventas. “La reina”, “Hija”, “Te quiero”, “Como nunca”, “Qué culpa tengo yo”, y más de medio centenar de similar estilo y calidad logran popularidad internacional. En 1989, fue distinguido como compositor del año, honor que la crítica especializada reserva solo a figuras de fructífera carrera; ese año posicionó 10 hits musicales, de obligada inclusión en futuras antologías.
Tan laureados como sus cantos resultaron sus estudios profesionales; obtuvo el título de médico-cirujano y luego se especializó en Medicina Interna en el Hospital Militar de Bogotá. El talento para hacer poesía lo combinó con el rigor científico. Por eso la nueva faceta doctoral, la estrenó con dos premios nacionales de medicina; luego se enroló en el equipo del célebre investigador Manuel Elkin Patarroyo. Cuando las ambiciones artísticas y científicas marchaban equilibradas, se decide por un exilio voluntario para procurar crecimiento y experimentación. Se va a México a sumar su segunda especialización, esta vez en reumatología en la Unam. En el distrito federal y lejos de la algarabía de las parrandas, lee con voracidad casi enfermiza a los escritores clásicos, modernos, contemporáneos y de vanguardia, como cimiento para explorar nuevos géneros literarios.
De vuelta a Colombia, ahora con el ropaje y la autoridad del intelectual, humanista e investigador, escandaliza a la elite folclórica con una reflexión que removía la estructura sagrada del vallenato. “Lírica vallenata”, titula el ensayo donde propone reconocer al vallenato romántico de corte moderno, como ritmo adicional a los cuatro aires tradicionalmente reconocidos desde el majestuoso Valle del Cacique Upar: puya, paseo, merengue y son. La propuesta está exenta de caprichos y sustentada en un riguroso análisis, en el que demuestra que “a mediados de los sesenta, Gustavo Gutiérrez y Freddy Molina, entre otros, le dieron un radical giro a los patrones rítmicos, melódicos y literarios del paseo tradicional, por entonces condicionado a narrar con simplicidad episodios cotidianos”.
Esta línea diferencial la fueron profundizando las siguientes generaciones musicales, como lo ilustran las variaciones discursivas existentes entre la canción “Joselina Daza” del inolvidable Alejandro Durán, y “Noches sin luceros” de Rosendo Romero, gran exponente del folclor de Villanueva Guajira:
¨En el pueblo e’ Patillal,
tengo el corazón sembrao,
no lo he podido arrancar,
ay tanto como he batallao¨.
(Paseo clásico, de Alejo Duran)
“Si me enamoro me verán entristecido
porque mi suerte tiene alma de papel,
tantos tesoros tantos sueños ya perdidos,
amores buenos que murieron al nacer,
tantas promesas se orillan en el camino ,
se fueron lisonjeras hoy las quiero como ayer”.
(Paseo lírico, de Rosendo Romero)
La narrativa elemental en uno y la búsqueda de nuevas formas poéticas, subjetivas y filosóficas en otro, era lo que se proponía evidenciar Nacho Urbina. Es el ADN del vallenato, sentenciaría el gran compositor Rosendo Romero; es lo mejor que he leído sobre vallenato, remataría el maestro Escalona. En términos elogiosos también se pronunciaron el ex -presidente Alfonso López, el reconocido músico Francisco Zumaque, y el recién desaparecido humanista Juan zapata Olivella.
La propuesta originó controversias tan sofocantes, que aún críticos y defensores siguen rebuscando elementos de discusión. Con la disciplina del científico y la sensibilidad del poeta, Nacho se adentra ahora en las intrincadas rutas de la historia y publica un segundo ensayo, que genera otra bulliciosa reacción: “Tras las huellas de la India Catalina”, publicación con la que transfiere fisonomía y valor histórico al mítico personaje, del que solo se tenía una vaga referencia. La prestigiosa historiadora sevillana María del Carmen Gómez, califica la investigación como “la única historia fiel sobre la india catalina”, y la Academia de Historia de Cartagena lo reconoce como miembro honorario.
Cuando era un adolescente llegó por vez primera a Cartagena en cumplimiento de una excursión estudiantil, quedó estremecido con la luminosidad paisajística de la ciudad y se propuso volver. Hoy reside en “La heroica”, sigue investigando y escribiendo compulsivamente artículos de prensa, análisis y ensayos, y está a punto de publicar “volver”, su primera novela. Confiesa que renunció a la tarea de componer, pero los intérpretes más exitosos siguen grabando sus canciones de reserva.
Nacho, en palabra gruesa, es un intelectual prestante con mucha tinta y universos recorridos, pero la melodía de su acento revela la nostalgia del San Juan perdido, el pueblo idílico donde nació, y donde todo sigue predestinado a la poesía
* Comunicador social, corresponadl de Caracol TV.
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