Para las elecciones atípicas de La Heroica las opciones ya están servidas, y sobre las mismas nada se puede hacer. Entre la renuncia o no de Manolo, la incertidumbre en la realización de las elecciones, la expedición del decreto, la permanencia o no del señor Sergio Londoño, las audiencias de los concejales, los Quiroz, el Aquarela y otra serie de dificultades que por problemas de espacio en la columna no resulta conveniente enumerar, se le pasó el tiempo a la sociedad cartagenera para que, con toda la seriedad que las circunstancias exigen, buscara un nuevo líder que de alguna forma ostentara aquellas características propias de una renovación de la envergadura requerida. Aún se está en shock, la impresión de las circunstancias mantiene todavía al cartagenero petrificado y desubicado y de alguna manera lo ha vuelto aún más impermeable de lo normal para la asimilación de propuestas.
La ciudad enfrenta en poco tiempo una más de sus ya típicas elecciones atípicas, con un escenario que poco tiempo atrás se creía no podría ser peor pero que increíblemente lo fue, una coyuntura que en materia de candidatos pareciéramos estar sufriendo un déjà vu, pero que es consecuencia del aturdimiento aun sufrido ante el cumulo de dificultades que ha hecho imposible un replanteamiento ágil de la estructura política. Este escenario ya lo conocemos, se avecina una tremenda abstención, esta vez potencializada por la indignación de las circunstancias, que hará determinante para la victoria la solidez de la maquinaria que garantice una movilización de sus propias bases a las urnas; es muy difícil que el voto de opinión se imponga, a lo sumo, un abultado voto en blanco servirá, como ya hemos estado acostumbrados, como un consuelo de algunos y garantía de victoria de otros.
No es tanto elegir al alcalde, la ciudadanía no ha tenido tiempo de reaccionar y, bajo esa circunstancia, el papel que esta última debe jugar va más allá. No es tanto elegir un buen alcalde porque, como se dijo ya, “lo que fue fue”. Más bien se debería aprovechar esta indignación generalizada para que, de forma responsable y organizada, se vayan construyendo liderazgos serios encaminados a una renovación integral, para lo que será la estructura política a partir del año 2020. Es poco lo que el próximo mandatario puede llegar a hacer, no solo por cuestión de tiempo sino porque, adicional a ello, su ámbito de movilidad se ve entorpecido por otra serie de circunstancias dentro de las que podemos enumerar dos periodos bajo la Ley de Garantías.
Sea quien sea el próximo alcalde va a gobernar sin la sociedad, no solo por el hecho de que los votos alcanzados vs. la abstención y el voto en blanco no llegarán a revestirlo de la legitimidad necesaria sino porque gobernará sin el Concejo distrital, el ícono de la democracia representativa en la ciudad.
Podrán quedar siete de los 19 concejales, lo cual es una burla para la democracia, lo que además se agrava si tomamos en consideración que de esos siete solo algunos fueron elegidos en las pasadas elecciones, mientras que los otros llegan a su curul gracias a procesos judiciales. No se engañen: el hecho de que según la ley el Concejo distrital pueda seguir funcionando de la forma en que lo está haciendo en Cartagena no significa en modo alguno que esa misma Ley lo haya permitido así. Lo que en realidad sucede es que existe un vacío legal, originado lógicamente en que ningún legislador del mundo se anticipó a que una ciudad podía terminar con la mayoría de los miembros de una corporación presos, y que los que quedaran no todos hayan sido los elegidos en las urnas durante sus elecciones. Es como si Cartagena fuera un estado independiente, una sociedad tan sui generis que requeriría una constitución amoldada a sus locuras y que por las circunstancias está próxima a parecerse más a una monarquía que a una democracia. Cualquiera que sea nuestro próximo mandatario tendrá como único control real el ojo amenazante del fiscal general sobre unos recursos ya claramente identificados, y para el resto de cosas, muy poco tiempo para ejecutarlas. Sobre eso poco o nada se puede hacer.
Espero, basado en la fe y la confianza, la cual siempre tengo presentes incluso en escenarios tan catastróficos como el que enfrentamos, que al menos nuestro próximo alcalde no nos hará pasar nuevamente una vergüenza a nivel nacional, y que en este año y medio que resta la sociedad civil enfilará sus esfuerzos en dos objetivos claros: 1. Hacer un control social firme y efectivo y 2. Ir descubriendo y preparando nuevos líderes que orienten positivamente los destinos de esta sufrida ciudad en los próximos periodos constitucionales.
* Abogado Especialista en Derecho Penal y Criminología