Por Juan Diego Perdomo Alaba *
Confieso que intenté relajar mis estándares de exigencia a cero por una consideración genuina de amistad e incondicionalidad, pero parafraseando la canción de Niche, aún sigo siendo esclavo de todas mis convicciones. Y mientras analizaba la propuesta, me flagelaba torpemente y sentía culpa como si estuviera próximo a cometer alguna pilatuna de la que seguramente me iba a arrepentir.
Poco me desveló imaginar la andanada de mis contradictores como sí la decepción de aquellos que con generosidad me han seguido hasta acá, que así sea uno, intuyo habría defraudado. Ya la ira tuitera y de los activistas de sofá me tiene sin cuidado, combato su extorsión moral cada tanto, a esa nos enfrentamos quienes sentamos posiciones y nos apartamos de la dictadura de lo políticamente correcto, del consenso de las masas indignadas, del peligroso populismo irresponsable, pues quedar bien con todos es fácil, sale barato, se ganan likes y parece que encuestas. Qué caro es, apelando a ese pragmatismo negativo del todo vale, tener esa posibilidad real de cambiar cosas pero siendo desleal con mis ideas y creencias, y eso, por ahora, no me lo permito.
Me falta ‘madurez política’ para aplicar el posibilismo en mis acciones, quizá porque quedan rezagos de aquel periodista romántico e impetuoso de últimos años de universidad, en ese tamiz de consultor, estratega y opinador consuetudinario con vocación política que les escribe. Quedo con la satisfacción de que hayan tenido en cuenta el único activo que tengo y al que le he creado valor, tal como ha sucedido a lo largo de mi corta pero productiva carrera en lo público y privado: mi nombre, mis conocimientos, la pasión, el compromiso y disciplina que le aporto a lo que emprendo, mis valores personales y capacidades profesionales; el anhelo cardinal y constante de incidir, transformar y construir. Debo los votos porque no pongo sino dos.
Agradezco que hayan pensado en mí para ser parte del selecto equipo de una importante campaña presidencial con opciones reales de victoria y quizá con el programa de gobierno más consistente de todos, pero con la que en este momento no tengo ninguna afinidad. Me alivia saber que adentro queda gente buena, preparada y seria a la que quiero, admiro y respeto. Seguirán siendo mis amigos de la vida pese a esta discordancia coyuntural. Algún día seguiremos construyendo juntos.
Sin embargo, ya liviano de equipaje, me queda una lección que les quiero compartir para que cavilemos al respecto: cambiar la ética de la convicción por la de la responsabilidad. Y como previene Max Weber, «no es que la ética de la convicción sea idéntica a la falta de responsabilidad o la ética de la responsabilidad a la falta de convicción». Me permito entonces sostener la coherencia entre la conducta y los principios. Prefiero que la fuerza de mi espíritu se pruebe a través del escepticismo –principio del liberalismo clásico – y no por un dogma ideológico, porque como le leí una vez a Nietzsche (no le crean de a mucho), «las convicciones solo son prisiones del pensamiento», y yo, amigos, necesito dudar, mantener en provisionalidad mis opiniones, someter a prueba mis ideas y posiciones, más no mis principios y valores, eso no los transo. Así he regido mi vida desde pequeño a pesar de mis errores, de mis múltiples carencias y defectos.
Carezco de cinismo o alguna suerte de callo en la consciencia que impida sorprenderme ante la definición de realpolitik: el ejercicio de la política basado en intereses más no en ideales. El político que lo aplica no basa sus decisiones en principios o ideologías, sino que suele ser pragmático en la consecución de sus objetivos. Y no está mal, pues el cambio social se da desde el poder y no fuera de él. Iván Duque, el candidato del Centro Democrático, tipo estudioso, decente y moderado, es un buen ejemplo de lo planteado.
Con lo anterior no estoy ni pretendo estar obsesionado por la pureza de mis ideales, pues el sectarismo y el purismo barato me tienen harto, tanto como la detestable neutralidad aséptica. A propósito, el ministro Alejandro Gaviria cita al filósofo británico Michael Oakeshott, en su libro ‘Alguien tiene que llevar la contraria’: “en cuestiones prácticas uno no debe aspirar a la perfección”. Además me hago revisiones periódicas para no recaer en el ‘buenismo’ y alejarme de los extremos, de las odiosas narrativas binarias: el malo y el bueno; el corrupto y el honesto; todo o nada; negro o blanco. No obstante, la complejidad de la realidad política que está en constante cambio, requiere de una pizca de sensatez, lo que no implica renunciar a principios, pues para dignificar el ejercicio de la política debemos tener una ética universal de mínimos, no de santos, pero unas líneas rojas que no podemos cruzar y que al hacerlo sobre la base del “pragmatismo”, no habrá filtro en un futuro para lo indebido. Si transigí aquí, puedo ceder allá y la cadena sigue… Y creo firmemente en que hay que enaltecer lo público para, ahí sí, mejorar la calidad de vida de la gente.
Decía el economista británico John Maynard Keynes, que «cuando las circunstancias cambian, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace?» Al respecto cito un caso que me llama mucho la atención desde la izquierda democrática española: Íñigo Errejón, el segundo de ‘Podemos’, describe la coherencia en política como el análisis concreto de cada situación concreta: «no es decir siempre lo mismo, sino lo más adecuado a cada momento».
Y en consecuencia, como siempre hago lo que me da la gana, votaré en primera vuelta por Humberto De La Calle o la coalición donde recale, tal como lo hice en la Consulta, así no tenga ningún vínculo con su campaña central ni cabida en un gobierno futuro. Me tengo confianza, así que cuidaré no dejar de lado mis consignas, aquello que siempre he manifestado: participo en proyectos en los que creo y pueda incidir, donde me dejen ser y disentir para construir. Y sí, al poder se llega ganando y solo estando adentro se dan los cambios sociales que anhelo y se necesitan para transformar, porque la política en esencia es el arte de lo posible. Ya tuve la oportunidad de hacerlo y aún conservo gratos recuerdos e inmensas satisfacciones, además de lo aprendido. Y bueno, así como va la cosa, en segunda vuelta, espero acudir a la ética de la responsabilidad, tanto en el contexto local como en el nacional. Será otro escenario, otra realidad que requiere ser analizada en su propia complejidad. Por lo pronto quedo tranquilo y eso me hace feliz.
* Comunicador Social – Periodista de la Universidad de Cartagena