Por Juan Diego Perdomo Alaba *
En este sistema voraz permeado hasta la médula por el clientelismo, la corrupción y la democracia formal –por no decir plutocracia informal-, los vicios de la política tradicional no escapan a lo ideológico y se repiten como un círculo vicioso a todo nivel haciendo quedar mal hasta al más ‘outsider’ de los políticos, razón por la cual a la dirigencia de izquierda y a la que posa de ‘alternativa o independiente’, se le exige más que a la tradicional de derecha que casi nunca reniega de su estirpe. Al caerse alguno, al primero se le castiga con excesiva severidad mientras que al segundo se le deja pasar.
La izquierda, habitualmente en la oposición y fungiendo su extraordinario y necesario papel de contrapoder, cuando por fin llega a gobernar, producto del hastío popular por lo hegemónico, corre el peligro de buscar afanosamente su sobrevivencia en esas mismas prácticas politiqueras que tanto rechazó, eso sin entrar a discutir su pésima labor como administrador de lo público.
Parafraseando a un conocido pensador de izquierda y de exquisita pluma como lo es Antonio Caballero, el abrumador “ejercicio del poder derechiza” y termina por contrariar los preceptos casi asépticos de ese débil faro moral que la guía, relajando sus estándares y homologándose con esa derecha burda, hipócrita, corrupta, acomodada y tirana que siempre votamos como mal menor.
Nunca habrá un equilibrio, unos estarán arriba y otros abajo; así funciona la teoría del péndulo político, la oscilación de las fuerzas políticas que depende de los antecedentes, la coyuntura y las circunstancias. Bien lo dijo el papa Francisco: «Las ideologías no sirven, siempre terminan en dictaduras».
Ya no hay fronteras ideológicas, la codicia y los personalismos borran cualquier línea roja. Se impone el ‘todo vale’ por encima de los partidos. Las banderas de la izquierda han sido raptadas.
La derecha ‘antisistema’ está usando el mismo sentimiento de rebeldía que la izquierda utilizó en la segunda mitad del siglo XX. Su discurso marco es casi similar. Los analistas políticos son lapidarios, dicen que las ideologías «están mandadas a recoger». George Lakoff, lingüista norteamericano que niega la existencia de un «centro político», habla en cambio de pragmatismo y ‘biconceptualismo’, es decir, aquellos que abrigan una parte conservadora y otra liberal, ya que en política es imposible que todos los asuntos puedan ponerse en una escala lineal: se está o no de acuerdo con la eutanasia, por ejemplo, no hay medias tintas para ese tema. Macron, el presidente francés, se hizo elegir con una plataforma liberal en lo económico y progresista en lo social. Hay que aceptarlo: el buenismo de Obama hartó al yankismo. El discurso de Trump fue esencialmente proteccionista y patriotero, exacerbado en ese nacionalismo primitivo que irrumpió tras el exceso de globalización económica y ‘corrección política’ anclada en ese discurso progreradical que no le gusta nada, reniega de todo y poco construye. Qué cómodo es criticar pero cuánto nos cuesta proponer… El pesimismo como filosofía de vida y palabra de verdad. De esta coyuntura es que los medios y los políticos deberían aprender para interpretar las necesidades ciudadanas de momento y no darse por ‘sorprendidos’ ante el advenimiento de fenómenos electorales.
“La utopía está en el horizonte y sirve para caminar”: Eduardo Galeano
De las ideologías caducas hay que tomar lo bueno y desechar lo malo. Hallar consensos sobre lo fundamental como diría el más vanguardista y lúcido de los godos, Álvaro Gómez Hurtado. En un mundo globalizado y en constante evolución, es necesario adaptarse a las nuevas realidades de la sociedad, atender con criterio humanista las demandas ciudadanas; priorizar la salvaguarda y protección de “nuestra casa común”, ya que solo tenemos una. Evitar los mesianismos populistas y el odioso adanismo caudillista, ambos igual de peligrosos. El avance de la humanidad comienza como una fantasía utópica; el progreso es la realización de esas utopías, necesarias si queremos avanzar, debemos pues adoptarlas no como simples soluciones irrealizables sino como preguntas concretas a los problemas de la sociedad.
No pretendamos entonces que en la grilla de partida de la vida, todos arranquemos en la misma posición, imposible, pues algún tipo de desigualdad debe haber que estimule el mérito propio, la competitividad y el desarrollo humano; sí sería ideal, no obstante, en este sistema perverso donde la ‘democracia’ es esclava del capitalismo, reducir las desigualdades sociales a partir de la generación de oportunidades para que quien parta de último, tenga las mismas opciones del primero de alcanzar la meta, solo de esa forma es posible someter el capitalismo a las reglas de la democracia, como debe ser. Acceso, oportunidad y posibilidad. Lo fundamental para el hombre no tiene ideología. El mismo Thomas Piketty explica que “es necesaria la desigualdad en menor proporción siempre y cuando exista el acceso y las oportunidades”; pues ese ideal de ‘igualdad’ que nos vende la izquierda populista es una mentira ya que va en contra del espíritu de superación inherente a la condición humana; coartarlo es tan infame como repartir miserias en Cuba y Venezuela, donde en vez de redistribuir riqueza, se distribuye la pobreza en partes iguales mientras sus administradores viven en la opulencia. ¿A eso le llaman revolución?
* Comunicador Social – Periodista de la Universidad de Cartagena