La charla de Pedro y Tomás
Por Lalo Vivo
Al llegar a la iglesia de San Roque, en Getsemaní, lo primero que observaron fue a un grupo de hombres en actitud de esperar a alguien que debía salir muy pronto de la parroquia.
Y, en efecto, a quien estaban aguardando lo vieron salir menos de un minuto después, de la mano de su esposa y rodeado de varias personas más.
«Eh, si es mi amigo Manolo Duque», le dijo Pedro a su amigo Tomás, «no pensé que me lo fuera a encontrar hoy, ya que por estos días está dedicado, entre otras cosas, a darles las gracias a los turistas por haber escogido a Cartagena como lugar para pasar la Semana Santa».
«Sí, y viene con doña Viviana, su esposa, y también con don Manuel y doña Yolanda, sus papás, y con su hermana Margarita; y hasta con sus hijos Sebastián y Manolo», señaló Tomás; «tenía días que no veía a la familia junta, y me parece bien que el señor alcalde esté visitando los monumentos con ellos, ya que no todo puede ser trabajo».
«Ajá», lo interrumpió Pedro mientras se persignaba al entrar a la parroquia, luego de que intentara estrechar la mano de su amigo Manolo pero se lo impidieran los hombres que lo esperaban, entre quienes creyó reconocer a siete ediles de la Localidad Número Uno. «Y vino también con su primo José Julián y su esposa Vanessa», agregó; «ojalá que hayan rezado con mucha fe para que las cosas les mejoren, sobre todo para que se les acabe ese cuento de que no pueden estar tranquilos en ninguna parte porque siempre hay un bulto de gente pidiéndoles vainas. Espero que estos ediles que ahora lo rodean no les estén pidiendo nada por conformar la terna con los mejores nombres posibles para escoger al alcalde de la Localidad, como si eso no fuera su deber».
Ya cerca de la Plaza de La Trinidad, Pedro y Tomás se detuvieron en una tienda, pero al enterarse del precio de las cervezas que pedían cancelaron el pedido y decidieron calmar la sed en otro lugar. Del establecimiento de comercio se dirigieron a la iglesia de la Santísima Trinidad, donde vieron, al lado de las escalinatas, al secretario del Interior del Distrito, Fernando Niño, y a la directora del Ipcc, Bertha Arnedo, dialogando con el dirigente cívico Miguel Caballero.
«Deben estar hablando de la cantidad de casonas que están remodelando en el Centro, en San Diego y aquí en Getsemaní, varias violando claras normas urbanísticas pero curiosamente con el visto bueno del Curador Urbano Ronald Llamas y del Comité Técnico de Patrimonio del IPCC», le dijo Tomás a su inseparable amigo; «es mejor que no nos vean porque yo sobre ese tema prefiero no hablar; podemos terminar sin ‘confianza legítima’ y obligados a buscar trabajo en los restaurantes del Parque de San Diego».
Las dos ‘llaverías’ entraron después a la iglesia de La Tercera Orden por la puerta lateral, del lado de la Calle Larga, donde literalmente se tropezaron con los concejales Carlos Barrios, Javier Curi y Américo Mendoza; y salieron por la puerta principal, donde les llamó la atención encontrarse con los exconcejales Wilson Toncel, Hernando Trucco y Germán Zapata. «Sería el colmo que hayan coincidido los seis en venir a que el Divino Cristo les haga el milagrito que más desean», manifestó Pedro, sonreído; «tremendo problema le trajeron al pobre Jesús que aún no ha resucitado, jeje».
Todavía estaban hablando del doble rasero con que la Contraloría distrital ha venido actuando, sobre todo en los últimos cinco años, cuando llegaron a la iglesia San Pedro Claver, la cual, como siempre, estaba atiborrada más de turistas tomándose selfies que de feligreses orándole al Señor.
«Oye, ¿esos que están allá, arrodillados, no son Iván Castro, el gerente de la Oficina de Espacio Público, y Edilberto Mendoza, el director del Datt?», preguntó Tomás.
«Sí, ellos son», respondió Pedro, «deben estar rezando para que Dios y todos los santos les brinden sabiduría y puedan seguir cumpliendo sus respectivos deberes en el marco de la Ley, pero sin tocar los intereses de ciertos intocables para quienes el Centro Histórico y su área de influencia es un objeto de su propiedad».
«No creo que Dios les pueda hacer ese milagrito», sonrío Tomás, «porque, en términos de Ley, o se cumple o no se cumple, y en términos de justicia, o se imparte o no».
Y casualmente, al pasar a un lado del Parque de Bolívar, al dirigirse hacia La Catedral de Santa Catalina de Alejandría, el quinto monumento que visitaban, vieron a un grupo de brigadistas de la Oficina de Espacio Público que discutían con varios policías bachilleres. Por algunas frases sueltas que les escucharon, acababan de hacer un recorrido por el Centro Histórico, San Diego, La Matuna y Getsemaní y habían constatado que nadie, absolutamente nadie, estaba invadiendo el espacio público.
Al entrar a la iglesia de Santo Domingo vieron que también llegaban al lugar, pero desde el lado opuesto de la calle del mismo nombre, el director de la Escuela Taller Cartagena de Indias y encargado de la gerencia del Centro Histórico, Luis Ricardo Dunoyer; la asesora de Despacho y encargada de la Oficina de Servicios Públicos, Clara Calderón; y la exalcaldesa y exembajadora de Colombia en Panamá Gina Benedetti de Vélez.
Pedro y Tomás, quienes se habían quedado a un lado de la puerta de la iglesia, creyeron escuchar que Benedetti hablaba de un ‘Armando Farías’, y que Calderón y Dunoyer, al parecer, coincidían en decir que «ese tema es con Ripoll y con Manolo», no con ellos.
Cuando salieron de la iglesia, los dos amigos seguían pensando dónde habían escuchado el nombre mencionado por la exalcaldesa.
Y al llegar a la iglesia de Santo Toribio, la séptima y última que habrían de visitar esa noche, Pedro exclamó de repente, emocionado: «¡Pues claro que me sonaba, y con razón!; ¡ese Armando Farías fue o es el técnico de la Selección de Fútbol de Venezuela!»
«¡Qué carajo!», le corrigió, sonriendo, Tomás; «el técnico de Venezuela es César Farías, no Armando. Este otro debe ser técnico de otro deporte, o debe estar armando otra cosa, pero no es el mismo».
– La visita a los siete monumentos – I