A propósito del auto proferido por el Honorable Consejo de Estado en donde admitió sin ordenar medidas cautelares la demanda en contra del plebiscito en el que ganó el NO y perdió el SÍ que pretendió refrendar los acuerdos de La Habana, bien vale la pena reflexionar por el presunto engaño de los promotores de la campaña del NO.
Dicho engaño, en voces del auto del Consejo de Estado, podría desencadenar en la anulación del resultado del plebiscito ante un eventual fallo judicial. Sin embargo, lo relevante es la trascendencia que tiene ese pronunciamiento a partir de un auto admisorio en el contexto de la institucionalidad, toda vez que la señal que se envía es que el alto tribunal aterriza en terrenos políticos que no le competen, pues de esa jurisdicción no es dable entrar como vocero del ejecutivo, ni del legislativo, ni del pueblo mismo. Su función exclusiva es la de atender una correcta administración de justicia de forma objetiva sin incurrir en valoraciones que, entre otras, responden a imponderables.
En ese sentido, si partimos del supuesto sugerido en el auto admisorio de la demanda, tendría el Consejo de Estado que tener la prueba reina que indique sin lugar a dudas que los 6,422.136 votos que obtuvo el NO son producto de una timada fraudulenta de “los voceros del NO”, hecho que es un imposible material y conceptualmente hablando. Esto por cuanto ¿cómo se demostraría qué voto específico fue producto de un supuesto engaño? ¿El suyo, el mío? La respuesta llega sola.
Con todo, si la política es el arte del engaño, miremos la historia, y probablemente encontraremos muchas evidencias que podrían sugerir que así es. Al menos en filosofía, los políticos y sofistas como Protágoras, que relativizó la verdad en política expresando: “El hombre es la medida de todas las cosas”, o “sobre cualquier cuestión hay dos argumentos opuestos entre sí”. Ni hablar de Maquiavelo en su obra El Príncipe cuya máxima es aceptada en la literatura: “El fin justifica los medios”. Tal vez podemos recordar a Talleyrand que transitó por el poder en la iglesia, en la revolución, en la monarquía y en tiempos de Napoleón, siempre sostenido como protagonista. O tal vez Giuliano Della Rovere, que se hizo Papa engañando nada más ni nada menos que a Cesar Borgia, y luego lo traicionó.
Pero no vayamos más lejos en la historia. El presidente Santos dijo claro y pelado a todo el pueblo colombiano que, si perdía el SÍ, entonces la guerra llegaría a las ciudades. Nada más falso; se demostró que no fue así. Fue engaño, tal vez. Sin embargo, ¿fue un fraude al votante? Posiblemente no. En política se venden mensajes como verdades que tal vez no lo son, y nadie podría determinar que lo son. De ser así, el mundo entero tendría que revocar todos los mandatos, especialmente el del colombiano que prometió en campaña no subir impuestos.
Así las cosas, considero que estamos transitando por un sendero muy peligroso: que la justicia se involucre en valoraciones políticas que en nada contribuyen a fortalecer la institucionalidad, más bien a debilitarla, así como también el grave mensaje que confunde a la sociedad en su conjunto que hoy no entiende para qué es un fallo judicial, una ley o un acto de gobierno. ¿Se confirma que estamos en el siglo del gobierno de las cortes?
* Abogado, Especialista en Derecho Administrativo y Magister en Derecho Económico; docente universitario y exprocurador Regional de Bolívar.
Daniel Santiago Beltran Payares
Como presidente tiene todas las ganas y el poder de establecer la PAZ y la tranquilidad a los COLOMBIANOS sobre cualquier artimañas, dudas y cosasssss. El presidente es el único responsable de buscar la PAZ, y nadie le puede impedir ese mandato por ley de la constitución política de Colombia. Gracias y bendiciones.