Si quisiera que algunos amigos conocieran las razones por las cuales votaré por el Sí en el plebiscito, bien pudiera mostrarles, una a una, las numerosos mentiras en que insisten en incurrir los más visibles promotores del No.
Podría explicar -además – por qué considero que la utilización de tales falacias es herencia de la doctrina propagandística de Joseph Göebbels, quien tuvo claro que para bien de sus perversos intereses “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.
Podría también medir, con decenas de ejemplos, el tamaño del cinismo de muchos de quienes cuestionan la supuesta impunidad de los excombatientes de las Farc pero esconden, sin ruborizarse, que algunos de sus más cercanos aliados son o han sido prófugos de la justicia.
Podría igualmente decirles que, luego de leer las 297 páginas del Acuerdo de La Habana, me encontré con que mucho de lo allí expuesto no son más que reivindicaciones sociales que el Estado colombiano estaba en mora de establecer con o sin guerrilla. Y les diría, emocionado, que sí, que estoy feliz, que me alegra sobremanera tener la posibilidad de verlas concretar.
Asimismo, podría señalarles que tras la lectura de lo acordado con las Farc comprendo perfectamente por qué ciertos personajes están muy nerviosos con lo que pueda suceder luego de su refrendación. Los despojadores de tierras, los que hoy son grandes latifundistas como resultado de la adquisición indebida de las propiedades de los humildes campesinos a quienes diversos actores se las arrebataron a sangre y fuego, deberán devolver, como debe ser, lo que legalmente no les pertenece.
Podría argumentar lo que unos amigos han dicho mejor en otros escenarios: que no hay duda de que es preferible una paz imperfecta que una guerra perfecta. Que si se logra salva una sola vida, una sola, vale la pena cualquier sacrificio, y que es claro que serán miles las vidas que serán salvadas si el Acuerdo con las Farc es finalmente refrendado. Y que es evidente que votar por el No es proseguir con lo que hoy tenemos, mientras que votar por el Sí representa al menos la esperanza de una Colombia mejor.
Podría decir también, como ya han dicho muchos en este diálogo de sordos en que llegó a convertirse la campaña por captar el voto de los indecisos, que me negaba a creer que la comunidad internacional, con el Papa Francisco y el presidente Obama a la cabeza, y la inmensa mayoría de los intelectuales del mundo, habían caído en una trampa de las Farc que los convirtió a todos, como por arte de magia, en cómplices necesarios del ‘castro-chavismo’. Les diría, tratando de no parecer irrespetuoso, que les creo más, mucho más, a Ban Ki-moon que a Álvaro Uribe; a Luis Almagro que a Andrés Pastrana; a Jim Yong Kim que a Óscar Iván Zuluaga. Al Papa Francisco que al pastor Miguel Arrázola. O para hablar solo de actores locales, le creo más, mucho más, a Bruce Mac Máster que a Fernando Araújo. Aunque agregaría, en todo caso, que comprendo muy bien las razones de Uribe, de Pastrana, de Zuluaga, de Arrázola y de Araújo. Claro que sí.
Podría -en fin – exponer los argumentos con los cuales los más representativos líderes de opinión de todas las naciones del mundo explican el porqué respaldan de manera decidida y entusiasta el Acuerdo de Paz suscrito en Cartagena el pasado 26 de septiembre.
Pero prefiero aprovechar estos momentos -de esperanzas; de anhelos de paz y concordia; de perdón y reconciliación – para hacer a mis lectores una confesión.
Aunque es claro que votaré por el Sí por todas las anteriores razones, tengo -sin embargo – una motivación, más personal, más íntima, para hacerlo con absoluta determinación.
Voy a marcar con entusiasmo el recuadro del Sí en el tarjetón, sobre todo, porque será la primera ocasión en que lo haga directamente por mis hijos y por los hijos de mis hijos.
Lo haré convencido de que si se refrenda el acuerdo con las Farc las nuevas generaciones de colombianos podrían tener un mejor futuro; y de que, por el contrario, si fracasa este nuevo intento por lograr la paz seremos todos los que tendremos que soportar, irremediablemente, otro largo periodo de violencia.
tufit hazin a.
Comparto totalmente tan magnifico punto de vista con tu comentaro mgnifico te felicito.
Juan Correa Reyes
Buen juicio, Carlos , acá desde la ciudad de Malabo en Guinea Ecuatorial (Africa) siguiendo los acontecimientos y desarrollo del plebiscito con seis horas de diferencia horaria.
Un gran abrazo
Milton Montaño
Excelente artículo, felicidades, desafortunadamente personajes como el Pastor Arrazola se tiraron el plebiscito, solamente para satisfacer sus intereses personales, de volverse más rico y poderoso ganandose un espacio, «como sea», en la arena politiquera, apelando a epítetos, a mentiras disfrazadas de verdades, aprovechandose de sus ciegos seguidores!